sábado, 16 de enero de 2016

Corazón mudo.

La frescura de la noche se adhería a mi, como quien siendo lluvia acude a las cálidas llamas de tus mejillas. Ambular por los amplios senderos del lugar se me antojaba entretenido, a la par que un momento excepcional en el cual meditar respecto a los acontecimientos de la noche pasada.
Cuán maravilloso fue el hallarte entre aquella multitud ruidosa de conversaciones vacías y expectativas insulsas.
Tú caminabas sola, brillando como la más hermosa de las constelaciones. 
Una oveja negra entre el blanco rebaño. Una mariposa sobrevolando un campo en ruinas. Unos versos de Neruda detectados en una majestuosa biblioteca incendiada por la mano del hombre, eso eras tú.
Vestías un vestido rojo, rojo como el carmín que empleas para sentire bonita.
El sonido de tus pasos era la mejor melodía que podía percibir entonces.
No podía dejar de mirarte e imaginar lo magnífico que sería enredar mis dedos entre las ondas de tu larga y sedosa melena, acariciar tu suave rostro y decirte lo preciosa que estabas, aunque en verdad siempre lo estás.
Esa noche me había propuesto aproximarme a ti, fingiendo no saber de tu persona e identidad, y quizá pedirte que bailases conmigo al son de la música de piano que sonaba en la sala. Pero soy tan sumamente cobarde, que preferí quedarme en un rincón aislado del lugar, como siempre, vislumbrando al ser más maravilloso de este y otros mundos, y soñando con nuestra vida futura, puede que no en esta, pero quizá si en otra. 

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