jueves, 25 de febrero de 2016

¿Por qué me gusta cantar?

En ocasiones me preguntan cuál es el motivo por el que me fascina cantar.
He pasado mi infancia sintiéndome ínfima e innecesaria, como una gota de agua en el más caudaloso de los océanos. Sin cualidad alguna que resaltar ni motivos por los que recordar. Apresada entre las frívolas garras de una sociedad cerrada de mente y dañina, en la que sólo los más fuertes tenían derecho a sobrevivir. Llorar era de débiles, y ser diferente el pecado más atroz que podías cometer.
Cuando sufría acoso escolar me sentía inmensamente sola, y las canciones que profería eran mi única compañía. Al cantar me olvidaba de las desgracias padecidas por mi persona, y por una vez, a lo largo del tedioso día, me sentía lo suficientemente capaz como para sonreír sin necesidad de fingir. Era el refugio más tranquilo que podía hallar, junto con mi imaginación.
Me repetía constantemente “se fuerte, podrás con la situación, derrotarás todos tus demonios” pero poco tiempo después volvía a mí la misma espantosa sensación de siempre.
He vivido toda mi niñez abrazada a mi temor a las alturas, a las heridas que me podía hacer si tropezaba, a las palabras y gestos dañinos, a la soledad, y por encima de todo a sentir demasiado.
Al cantar y soñar, creía tener la capacidad de cambiar el mundo llevando a cabo las mayores rebeliones posibles sin necesidad de empuñar un arma.
Todos aquellos sentimientos que se ceñían a mi corazón, sin tener el valor suficiente como para salir, volaban sin cesar mientras entonaba una canción o imaginaba un mundo en el cual la discriminación y la tristeza no tuvieran cabida.
Un mundo en el que todos fuéramos inmensos.
La vida es la canción más hermosa jamás escrita, y mi voz el valor necesario para combatir contra sus pesares.

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