domingo, 17 de enero de 2016

Otro día más.

Amanecía en la casa de verano. Los rayos del sol se colaban por las ventanas del hogar, otorgándome un clima idóneo con el cual poder hacer infinidad de planes sin posibilidad de aplazamiento. En definitiva, parecía el comienzo de un buen día en el que sonreír sin dificultad.
Sin embargo, mi cerebro me decía que no me dejara engañar, que iba a suceder lo mismo que todos los días de este largo y tedioso mes de octubre. Otro día sola, sin nadie con quien charlar, con quien reír o soñar, con quien combatir contra los pesares interiores. Esos que nos destrozan el alma, que nos empujan hacia la desgracia más desoladora de todas. La pérdida constante de alegría. “Al menos si permanezco dentro de la cama me sentiré segura” me dije, mientras estiraba las sábanas todo lo que su frágil tela me lo permitía.
Llevaba así más de una semana, o quizá dos, pero qué más daba... Total... Sabía que si por mi sangre comenzasen a correr ganas de vivir, y me dispusiera a ello, la realidad me daría una coz en la cara, que a su vez me haría caer nuevamente sobre el césped de este maravilloso paraíso llamado “cama”. Un lugar en el cual con cerrar los ojos y darle rienda suelta a mi imaginación, podré ser todo lo que quiera, sin barreras que traspasar, ni cadenas que aflojar.
Libre, como el canto de alguien a quien ni hablar le dejan.
Como un hombre que no teme a la muerte.

sábado, 16 de enero de 2016

Sólo eres.

Sólo soy una zorra, dirías tú, al verme amar a otro ser con el que no mantengo una relación de noviazgo siquiera. Sin pensar en lo estúpido que resulta el necesitar una etiqueta de “novios” para querernos,o simplente follar sin amor, porque nos apetece, y ya que nuestros cuerpos son nuestros, haremos lo que nos plazca con ellos.
Hablarías de la dignidad de la que carezco por mostrar mi cuerpo más de lo “políticamente correcto”, sin tener en cuenta que sólo se trata de un cuerpo desnudo, y que nadie nace vestido. Estando desnudos, se pueden llegar a realizar las acciones más hermosas existentes, como concebir una vida.
Me llamas marimacho por vestir ropas sueltas y no maquillarme, y pija si me arreglo demasiado porque me gusta verme bonita. Verme, que no que me vean. Se tiende a pensar que te vistes de determinada manera para gustarle al mundo, y no para agradarte a ti misma.
Si no ligo nada soy una estrecha, y si lo hago con demasiada frecuencia una ligera de cascos. 
Si estoy gorda “deberías hacer dieta”, si estoy delgada “a ver si comes más, que te lleva el viento”.
“Las mujeres reales tienen curvas” Mujeres reales somos todas, no nos metamorfoseamos en otro ser cuando nuestro peso varía.
NI TÚ, NI NADIE, ERES QUIEN PARA DECIRNOS CÓMO DEBEMOS SER.

Carencia de todo.

Estoy harta de los corazones insensibles y de las mentes vacías, de las lágrimas por compromiso y los “te quiero” falsos.

Corazón mudo.

La frescura de la noche se adhería a mi, como quien siendo lluvia acude a las cálidas llamas de tus mejillas. Ambular por los amplios senderos del lugar se me antojaba entretenido, a la par que un momento excepcional en el cual meditar respecto a los acontecimientos de la noche pasada.
Cuán maravilloso fue el hallarte entre aquella multitud ruidosa de conversaciones vacías y expectativas insulsas.
Tú caminabas sola, brillando como la más hermosa de las constelaciones. 
Una oveja negra entre el blanco rebaño. Una mariposa sobrevolando un campo en ruinas. Unos versos de Neruda detectados en una majestuosa biblioteca incendiada por la mano del hombre, eso eras tú.
Vestías un vestido rojo, rojo como el carmín que empleas para sentire bonita.
El sonido de tus pasos era la mejor melodía que podía percibir entonces.
No podía dejar de mirarte e imaginar lo magnífico que sería enredar mis dedos entre las ondas de tu larga y sedosa melena, acariciar tu suave rostro y decirte lo preciosa que estabas, aunque en verdad siempre lo estás.
Esa noche me había propuesto aproximarme a ti, fingiendo no saber de tu persona e identidad, y quizá pedirte que bailases conmigo al son de la música de piano que sonaba en la sala. Pero soy tan sumamente cobarde, que preferí quedarme en un rincón aislado del lugar, como siempre, vislumbrando al ser más maravilloso de este y otros mundos, y soñando con nuestra vida futura, puede que no en esta, pero quizá si en otra.